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Veracruz., Ver.- (AVC) Desde los siete años, don Cristóbal Ruiz Utrera aprendió a sembrar la flor de cempasúchil y la moco de pavo. Hoy, en su parcela de Rancho del Padre, en Medellín de Bravo, continúa la tradición que heredó de su padre y que da vida a los altares del Día de Muertos. “Mi papá fue quien me enseñó a sembrar, a cuidar la tierra, a saber cuándo la flor está lista”, recuerda mientras observa los campos anaranjados que cubren el paisaje. El ciclo se repite cada año: en julio inicia la siembra y, para finales de octubre, las flores están listas para llenar los altares que honran a quienes ya no están. El trabajo es completamente familiar. Su esposa, su hijo, su hermano y su cuñada participan en la siembra, el riego y la venta. “Aquí todo lo hacemos entre nosotros, a veces la gente llega al campo y se lleva sus flores. Las vendemos desde 25 pesos, por mayoreo o menudeo”, explica don Cristóbal, mientras acomoda los ramos recién cortados. Herencia que florece cada año En cada flor que brota hay una historia de continuidad. “Ojalá mi hijo siga con esto cuando yo ya no esté”, dice con serenidad. Para él, el cempasúchil no es solo cultivo: es memoria y respeto. Cada pétalo simboliza el esfuerzo de quienes, como su familia, mantienen viva una tradición que florece con cada Día de Muertos.
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