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Sábado 23 de agosto de 2025
Pasado y presente como contraste

Actualizado: 2025-08-03

Pasado y presente como contraste


Por: Efraín Quiñonez León


03/08/25


Tiro Libre


Es difícil imaginar que lo que hoy se reconoce como la izquierda en el espectro de la representación política en México, se corresponda de manera categórica con quienes albergaban una transformación radical de las condiciones sistemáticas de opresion, materializadas en una brutal desigualdad que no solamente se espresa en una división tajante entre ricos y pobres sino que, también, se manifiesta hasta en las condiciones geográficas del país; entre un norte con un mejor poder adquisitivo y un sur que languidece por la más abyecta de las desigualdades donde la mayoría de la población sobrevive en la pobreza.


Es verdad que el actual régimen de la 4T que arribó al poder en 2018 ha tratado de revertir esas tendencias y, con relativo éxito, ha bajado los índices sobre todo de la pobreza laboral que se expresa en las ciudades del país. Los programas sociales instrumentados, también, contribuyen a una suerte de reparto más equitativo de los recursos sociales, pero padece el síndrome del clientelismo político que se ejerce bajo la amenaza de cancelar el derecho si no se acatan ordenes o no se vota por los candidatos de Morena. Esto no solamente es un secreto a voces sino que, además, ninguna organización política conocida en el país ha podido vencer la tentativa de administrar clientelas bajo la promesa de beneficios inmediatos mediados por el dinero o la entrega de bienes materiales. En este sentido, estamos a años luz de políticas genuinamente institucionales con que puedan hacerse efectivos derechos universales y sin mediar coacción alguna para realizarse. Es verdad que se ha actualizado el marco normativo que tipifica como delitos todas estas desviaciones, pero debemos reconocer que el camino es largo todavía porque aún en la actualidad el clientelismo goza de cabal salud.


Aunque la izquierda que hoy nos gobierna tiene partidarios críticos, la gran mayoría acepta como un credo dominical lo que sus dirigentes postulan que debe ser y acatarse bajo sus principios. Peor todavía, esa mansedumbre de creyentes niega el derecho de opinión a quienes ven con recelo y ojos críticos lo que a todas luces resulta una contradicción en las prácticas y en los discursos. Por ejemplo, la izquierda ha pedecido violentos ataques del régimen, cárcel e incluso el asesinato; no obstante hoy acepta gustosa la prisión preventiva oficiosa como arma legal para castigar opositores. La izquierda luchó siempre por una representación más genuina que permitiera a los opositores llegar al poder, gobernar bajo sus propios principios ideológicos; pero en la actualidad pretende y es muy probable que lo logre, cancelar esa vía a partir de la anulación de la representación proporcional. Es cierto que de este mecanismo abusaron los partidos políticos actuales, pero existen signos ominosos frente a la reforma política que se cierne con la recomposición completa del andamiaje institucional para la transferencia del poder vía el sufragio efectivo.


Otros ejemplos más de la inconsistencia de la izquierda que hoy nos gobierna devienen de la defensa de los principios de la transparencia y la rendición de cuentas mientras eran oposición; cosa que ahora pretenden negar a través de la desaparición de las instituciones que protegían esos derechos y, también, mediante el ataque sistemático a la prensa. Es verdad que existen abusos desde los medios, pero coartar libertades del modo en que hoy se llevan a cabo tiene un tufo autoritario que no puede negarse.


Reacios a aceptar que la religión forma parte de las creencias más arraigadas en la población, la izquierda comulga en contra de ella esgrimiendo que se trata del opio del pueblo que mantiene dormida a las masas, mas son capaces de darse sus baños de pueblo en ceremonias y peregrinaciones en honor de la Virgen de Guadalupe o cualquier otra deidad pagana. Todavía más increíble de aceptar que la ideología de la supuesta redención del pueblo con base en los principios del marxismo, el leninismo o el maoísmo, termine por convertirse en un manto plagado de actos de fé, tanto como un lenguaje y prácticas de contenidos más bien místicos que científicos sobre los cuales se fundamenta la salvación del pueblo. Con la muerte de las ideologías cualquier cosa resulta el sucedaneo perfecto para embaucar a cualquiera.


En el plano de la igualdad de género y por la diversidad sexual, por cierto, ha sido la izquierda la principal protagonista no solamente asumiendo como propios esos derechos sino que, además, procura una mayor participación femenina en cargos públicos y alienta la defensa por las sociedades de convivencia. El hecho mismo de tener una mujer en el cargo más alto del país no es ningún tipo de accidente histórico, sino una consecuencia lógica de las ancestrales demandas de las mujeres al interior de los grupos de izquierda. Y, como nunca antes, poco menos de la mitad de las entidades del país es gobernado por una mujer. También, en los congresos estatales y el federal existe una representación más genuina entre los géneros. Todo esto ha sido posible debido a los avances de la izquierda y no solamente a la partidaria, sino también a aquella que se expresa desde el interior mismo de la sociedad civil. No obstante que estas posturas son dignas de encomio, también debemos aceptar que todavía se conservan inequidades entre hombres y mujeres; pues la mayoría de ellas cuando acceden a un cargo en el servicio público tienen menores ingresos que los hombres; ocupan cargos de menor jerarquía pese a estar mejor educadas y, con frecuencia, son víctimas de muy diverso tipo de violencias. Es verdad que desde algunos grupos feministas se han cometido excesos mientras se demandan acciones del gobierno; pero existe una inconformidad latente al menos en el trato y la incongruencia que se denuncia con la que han procedido el anterior y el presente gobierno.


Al menos desde el siglo XIX, la izquierda siempre ha enarbolado la lucha por la dignificación del trabajo. Por lo tanto, demandas por mejorar los ingresos de los trabajadores, las condiciones del empleo, la seguridad social; entre muchas otras formas de instaurar derechos que se consideran justos, han sido siempre reivindicaciones respaldadas por la izquierda. Es más, en el gobierno anterior quizás se hayan instaurado dos cosas que explican por qué las condiciones laborales han cambiado el panorama político del país. Es correcto afirmar que, no obstante la reforma laboral, todavía se conservan rémoras del pasado con relación a dirigencias sindicales prácticamente irremovibles y eternas en sus cargos; cuando la nueva ley del trabajo otorga facultades a los trabajadores para una representación más genuina e incluso incluye el imperativo del acceso a cargos sindicales de manera equitativa entre los géneros. Por otra parte, ha sido con los gobiernos de Morena donde se rompieron las políticas de contensión de los salarios mínimos; por eso es que los trabajadores han podido recuperar parte del poder adquisitivo del ingreso que duramente se castigó entre 1980 y 2018.


En estos términos, lo más sorprendente es que la idea del trabajo para algunos dirigentes de Morena se traduzca como una suerte de concesión y no como un derecho. Con otras palabras, un trabajador que preste sus servicios a los gobiernos actuales de la izquierda deben asumir que se trata de una consideración graciosa del régimen que, por lo tanto, deben asumirlo con sumisión y singular alegría porque el gran hermano les otorga el beneficio de al menos tener algo en qué ocuparse y, además, recibir un salario por ello. Debido a esto es que a menudo se les pide invertir parte de sus salarios con el propósito de apoyar las causas nobles o pagar el costo del acceso a la nomenclatura por la cual obtienen ingresos. También, se les pide sacrificios para invertir en materiales, de modo que puedan llevar a cabo sus actividades. O, también, aportar el equipo de su propiedad para el mejor desempeño de sus funciones. El sentido de sacrificio machacado insistentemente por quienes ocupan espacios de poder y liderazgo, no hace más que evidenciar el carácter medieval y aldeano de quienes creen poseer la verdad absoluta que les concede la santísima trinidad para entronizar su dominación y la correspondiente subordinación de aquellos que consideran como súbditos. Por lo tanto, la base de trabajadores debe congratularse no solamente por tener un empleo, sino humillarse hasta la ignominia para que puedan coronar y llevar a buen puerto la misión histórica que se les tiene asignada para finalmente redimirse; de modo que puedan disfrutar el reino de dios cuando ya estén muertos.


El terror y la cobardía se alimentan mutuamente. Hasta ahora, todo parece indicar que aplicar medidas coercitivas para intimidar a los trabajadores le han funcionado a los dirigentes del régimen, pues al verse aquellos vulnerables por el riesgo de perder el empleo terminan por aceptar su condición subordinada, que eventualmente podría configurar escenarios basados en algún tipo de violencia laboral. Lo más sorprendente de todo esto es que, pese a existir recursos legales para hacer efectivos los derechos hasta ahora ganados por los trabajadores, estos no puedan ejercerse por temor o por no “lastimar la inconmensurable magnanimidad” de quienes los reclutan para un empleo que se asume como dádiva y no como un derecho. Atizados por la amenaza de perder el empleo y/o los programas sociales (como si estos fueran otorgados por el patrimonio de quienes ahora gobiernan y no como producto de los recursos sociales que las autoridades administran), los trabajadores no perciben aún que quienes más pueden perder por estas desviaciones no son ellos sino quienes los sojuzgan, quienes los envilecen.


Quizás lo más vergonzoso para esta izquierda que nos gobierna resulta de la oferta tantas veces reiterada de que son moralmente superiores que el resto de los políticos que les han antecedido en el poder. Más allá del carácter casi feudal y hasta satánico de semejante discurso, resulta sumamente preocupante que se pretenda discriminar al común de los mortales porque una casta de líderes se autoasignan el calificativo de puros cuando sus prácticas más ordinarias los exhiben portando los lujos que ayer criticaron. Sus extravagancias resultan peor de insultantes porque vendieron la imagen de diferentes, pero la realidad de sus gustos por la moda, los viajes, los exhibe de manera brutal en sus inconsistencias y abusos.

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