Por: Efraín Quiñonez León
En estos días se lleva a cabo la Feria Internacional del Libro Universitario bajo los auspicios de la Universidad Veracruzana que año con año viene celebrando esta fiesta. Es meritorio que se lleve a cabo de manera presencial y para ello, se han organizado una gama muy diversa de actividades culturales. Paradójicamente, ha demostrado que por otras vías puede ser más efectivo el regreso a actividades presenciales que usar medidas coercitivas, como lo han pretendido hacer las autoridades universitarias a una comunidad que resulta no solamente impropio, sino hasta desmedido, controlar a reglazos.
Se pudiera decir que las organizaciones gremiales están hechas justamente para atemperar esos excesos o, en un ánimo de colaboración, acordar con las autoridades competentes la mejor fórmula para convencer a la comunidad de los beneficios que implica el regreso a actividades presenciales. Para nuestra mala fortuna las organizaciones gremiales de la Universidad Veracruzana padecen lo que se conoce como “una institución de viejo o antiguo régimen”. Aceptando como válido semejante diagnóstico, no se ve en el horizonte cambio alguno que signifique el tránsito hacia un nuevo modelo de relación al interior mismo de la principal universidad de Veracruz. Peor aún, al interior mismo de las organizaciones gremiales no existe ningún tipo de inercia que apunte a una transformación y mientras prolifere una actitud de subordinación es prácticamente imposible albergar cambio alguno. En estricto sentido, todo cambia para seguir igual.
No existe ningún elemento que nos haga suponer algún tipo de malignidad perversa que las autoridades universitarias hayan pretendido con el retorno a las actividades presenciales, pero las distintas formas en que una medida de este tipo fue adquiriendo en la práctica, ocasionaron una serie de acciones indeseables mientras las decisiones tomadas llegaban a nivel de aulas: rencillas absurdas entre directivos y académicos, hasta hostigamientos e incluso medidas extremas de carácter pecuniario, tal y como se desprende de los reclamos externados por algunos representantes sindicales en una asamblea celebrada en días pasados. Y no se necesita ningún doctorado, ni haber laborado durante 50 años en una universidad como la nuestra que, con sus virtudes y defectos, ha logrado sortear múltiples desafíos, como el de la reducción salvaje de su presupuesto y que nadie hemos defendido, pese a que en la pasada administración se generó todo un movimiento precisamente para garantizar un presupuesto digno a la principal casa de estudios de Veracruz.
No obstante, resulta un tanto extraño no imaginar que una medida como la que se tomó a fin de garantizar el regreso a actividades presenciales (insisto, muy necesarias y sanas para toda la comunidad universitaria) derivara en una serie de confrontaciones y desajustes frente al ambiente de confrontación que vivimos en todo el recinto y en la sociedad misma. La universidad no es una isla y es el resultado de conflictos añejos que no han podido ser resueltos de la mejor manera posible. Por lo tanto, se necesita convocar a todo el talento que esta universidad tiene a fin de conducirla hacia nuevos derroteros donde no se evadan los conflictos, sino que se ofrezcan las condiciones necesarias para resolverlos y cambiar el escenario de confrontación por uno de colaboración en la diferencia.
Lo ideal sería que las autoridades universitarias hicieran un genuino acto de contrición, casi en sentido religoso, que contribuya a reconocer no solamente la singularidad de las medidas que se adoptan y cómo es que estas se traducen en la práctica cuando se trata de modificar inercias, como el largo encierro que ha significado la pandemia. Más aún, un acto así implicaría una valoración si acaso se va en el camino correcto respecto de las promesas que le dan sustento a una administración que, en teoría, pretende llevar a cabo cambios importantes o eso nos hizo creer.
Pero mientras la autoridades universitarias intentan remar a contracorriente, la FILU avanza con un sinfín de actividades que resulta loable destacar tanto en el plano artístico, como académico. Es verdad que la afluencia de la comunidad universitaria, como del público en general no es la de otros tiempos y resulta lógico que así sea debido a las preocupaciones generadas por la pandemia. No obstante, los libreros o representantes del algunas editoriales se hicieron presentes, tanto como artistas y académicos participando en diversas actividades. Se llevó a cabo un Foro académico en el marco de la FILU y que responde, en lo particular, a lo que ha definido la actual administración como los ejes que guían sus principales acciones: los derechos humanos y la sustentabilidad. Se añade a estas preocupaciones el asunto de los movimientos sociales, pero es posible que esto sea más por iniciativa del propio rector que ha sido un estudioso de dichos temas desde hace algunos años. Desde luego, se trata de tópicos relevantes para una agenda académica y política; desafortunadamente lo que caracterizó a estos eventos fue el carácter selectivo de los participantes o, dicho de otra forma, la falta de tacto político que derivó en la exclusión de estudiosos y académicos de la propia universidad que pudieron haber participado en actividades de esta naturaleza que, insisto, creo que fueron bien recibidas por la comunidad, pero mal instumentadas en la práctica. Nada más ajeno a la universidad que la exclusión. No es que esto caracterice a la presente administración, todas han tenido grados de selectividad, pero una que establece como estandarte los derechos humanos incumple sus propósitos sustantivos. Sería deseable e incluso plausible reconocer errores y actuar en consecuencia. Todavía hay tiempo. |