Por: Efraín Quiñonez León
Prometí aprovechar este espacio para aproximar algunas reflexiones en torno a la propuesta de Ley Orgánica de la UV. Sin embargo, los acontecimientos de las últimas semanas no me dejan opción más que ofrecer algunos comentarios al respecto.
Todo comenzó en los húmedos y matinales días de octubre. Estudiantes inconformes ventilan sus problemas por los medios que disponen ante la indolencia y la falta de sensibilidad para escuchar sus reclamos.
Un estudiante se transfigura puñal en mano e intenta romper una protesta legítima por la vía de la violencia presuntamente homicida. La acción enciende los ánimos y se prende el fuego del hartazgo.
Presurosos, funcionarios intentan apagar las llamas que sus propias incompetencias generaron. Los estudiantes hablan, pero descalifican a sus interlocutores. Como pueden y como ha sido siempre, con las únicas armas que disponen, la imaginación y la fuerza de la multitud, recorren las principales calles de la ciudad hasta el punto del poder universitario al que retan.
Para sorpresa del respetable, de nuevo son ignorados por la máxima autoridad que en teoría los representa. Volverán a las aulas frustrados o incluso molestos. Otros motivados por los inolvidables momentos del relajo, el desafío; lanzan cual saeta un catálogo de improperios a la autoridad que bien ganado se los tiene por omisa.
Con una solución a medio camino, los estudiantes se guardan y acuden de nuevo a sus clases. Un estudiante es expulsado y le sigue una renuncia que cimbra a la máxima casa de estudios de Veracruz. En efecto, en el más turbio ambiente se informa que la número de dos de la actual administración ha presentado su dimisión al cargo. Abdica después de un rosario de desatinos y excesos cometidos en la implantación de las pocas medidas que esta amnegada administración universitaria apenas articula.
Es verdad que algunas propuestas pueden ser cuestionables, pero otras puede aceptarse que se han tratado de implantar de las más buena fe. No obstante, a la presente administración universitaria no le salen las cosas bien ni cuando se trata de implantar medidas en el mejor de los planos.
Pasan algunos días de incertidumbre, puesto que la renuncia circula en los medios, pero la autoridad jamás explica con suficiencia los motivos. No sería imposible imaginar que la dimisión haya tomado por sorpresa hasta al aparato burocrático universitario y mientras se busca su remplazo, de la espera llueven especulaciones.
Apenas se conoce quien aterrizará en el cargo y brotan como hongos las inconformidades. No solamente se cuestiona el sigilo con que la Junta de Gobierno procesa la designación sino que, además, se juzga el desempeño, se invoca las reglas que la propia Junta dice sustentar la medida instituida, pero torpe o indolentemente no toman en cuenta, quizás ni se detienen a revisar que el propuesto involuntariamente viola esos principios.
El ungido, aun no prueba las mieles del cetro recibido, ni calienta el sitial que el cargo ofrece, cuando recibe desaires e impugnaciones diversas, pero estas son realmente escasas y, casi en su mayoría, responden a las diferencias y conflictos heredados en la pasada contienda rectoral. Desde luego, nada de lo dicho puede descalificarse por ese hecho. Nada más pertinente en este caso que las enseñanzas del viejo adagio popular que a la sazón implora: no tiene la culpa el indio sino el que lo hace compadre. En este sentido, corresponde dar las explicaciones pertinentes a la instancia que ofrece el cargo.
Más allá de estos problemas en la designación, es verdad que hay varios asuntos que merecen respuesta. Uno de ellos es la eficacia en el cargo, pero como el ungido apenas aterriza en esa aldea no hay materia para valorar su desempeño. No obstante, ciertamente se pueden hacer inferencias con base en su trayectoria. Como encargado de la Dirección de Investigaciones es un secreto a voces que su desempeño no superó prácticamente en nada a quienes le han antecedido en el cargo. Peor aún, tomó medidas prácticamente inauditas de quien se precia de conocer las entrañas universitarias, quien igualmente fue acérrimo crítico no solamente de quienes le antecedieron en el cargo sino que, además, resultó consistente en sus reiteradas y acertados señalamientos del excesivo burocratismo universitario. Por esas razones resulta francamente deplorable que lo primero que se le haya ocurrido llegando a esa Dirección fue justamente lo que tanto criticó. Es una explicación que nos debe a sus colegas, es decir, por qué razones tomó decisiones que siempre criticó. Ofreció un programa para impulsar la investigación en la máxima casa de estudios de Veracruz y seguimos en espera del mismo.
Sería un despropósito monumental no considerar que quien hoy despacha en el segundo cargo en importancia de la universidad carezca de méritos. Frente al regateo de sus capacidades debemos reconocer que, en efecto, es un activo académico y en el campo de la historia no solamente cuenta con el reconocimiento de sus colegas internos (salvo con los que tiene conflictos añejos), sino también de instituciones de educación superior del país y externos. Es capaz de articular redes académicas con esos fines. Con frecuencia realiza actividades propias a su condición como estudioso de la historia y brinda los apoyos necesarios cuando se le presentan propuestas viables o pertinentes. Es verdad que a veces peca de apuntalar propuestas cuasi personales, pero su desempeño como organizador de eventos académicos es parte de sus atributos. Casi se podría decir que resulta una suerte de empresario académico y esa característica es indispensable para una institución como la UV.
También, puede sumarse como parte de su naturaleza la constancia. Esperó su momento para llegar al cargo de director del Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales y lo logró. Y de ese cargo al actual su ascenso ha sido por lo menos meterórico. Se podrá criticar todo lo que se desee los métodos empleados, pero leyó correctamente que este era su momento y no se ha arredrado para tomar los desafíos que tiene enfrente.
Pero quizás sea su temperamento acaso lo más preocupante. Seguramente es lo que más inquieta a las voces más críticas de su nombramiento. Si a esto se suma su incontenible locuacidad, el cuadro puede poner muy nerviosos a muchos. Es verdad que quien le antecedió en el cargo cometió errores y pagó el precio. Por tomar decisiones sin medir suficientemente bien los impactos terminó por generar un movimiento de protesta estudiantil que no se veía hace mucho; salvo las acciones de En defensa de la Universidad que, como ya sabemos, contó con el estímulo de la anterior administración y cuando vio lo que provocó prefirió achicarse. Ahí están las enseñanzas en la historia inmediata para quien quiera aprender de ellas. Quizás la edad y el equipo de trabajo que pueda construir le ayuden a tomar decisiones serenas y atemperar los ánimos que tanta falta nos hace en estos momentos, pero sus allegados más íntimos no parecen augurarnos el mejor escenario. Ojalá me equivoque.
Había concluído este escrito cuando me llegó el pronunciamiento de la Junta de Gobierno que, como menciono líneas arriba, es la que debe dar los argumentos con los que basaron sus decisiones. Solamente puedo añadir que, en efecto, hay un tema de discriminación que perjudica al nombrado. Pero resulta sorprendente que no se diga absolutamente nada sobre la terna, mucho menos sobre los perfiles que, en teoría, deberían ser parte de los elementos de juicio para tomar decisiones tan trascendentes. No cabe la menor duda que la JG tomó su decisión con base en las normas, lo cual no es incorrecto, pese a que estas se encuentran en un terreno de ambigüedad, tanto como de contradicción con otras reglas, tal y como se desprende del comunicado. Para decirlo con toda claridad, la JG tomó una decisión legalista y se abocó a la revisión de los currículums de los integrantes de la terna, pero resulta imprescindible evaluar los perfiles, las trayectorias, el desempeño y lo más adecuado para una institución que viven momentos críticos. |