Bailar: sofisticación y delirio
Por: Efraín Quiñonez León
7 de abril de 2025
Tiro Libre
El ideal sólo reina en los cielos, en la tierra todo es imperfecto o perfectible. Adam Michnik
Desconozco en qué momento la humanidad tomó conciencia que mover el cuerpo al compás de la música llenó de contenidos su idea del baile. No creo equivocarme si digo que, más allá de lo antiquísimo que puede ser esta manera muy humana de predisponer el cuerpo, esto comenzó casi con el tránsito de los primates a las sociedades humanas. De bote pronto recuerdo esa gran obra de la cinematografía, 2001 odisea del espacio, dirigida por Stanley Kubrick. En una escena brutalmente didáctica nos muestra la fantasía y singular manera en que descubrimos nuestra muy elemental humanidad. Dos tribus de homínidos se disputan mediante la ley del más fuerte un recurso tan preciado como el agua. Como es natural, la condición física diferencial entre ellos termina por imponerse y los derrotados se alejan del ambicioso líquido y, por momentos, parecen dispersarse rumiando su derrota. Entre el grupo de los dominados, uno de ellos se coloca en cuclillas y se le ve absorto entre huesos de animales que, o bien habían sido sacrificados, o bien encontraron la muerte antes de saciar su sed… Lo importante de la escena es que aquel individuo comienza a “jugar” con los restos óseos, casi exclusivamente por entretenimiento. Más allá de los sonidos que el choque de los huesos produce, se percata que resulta una “herramienta” que potencia la fuerza de sus brazos y es esto precisamente lo que produce la “magia” que implica la compleja interconexión entre lo práctico y la conciencia. Cae en la cuenta que los huesos pueden ser usados como armas y lo que sobreviene es el éxtasis. Semejante actitud sintetiza la sensibilidad por el hallazgo y la pasión desbordada convertida en una suerte de danza que corona el éxito o los deseos de conquista.
Como los conocimientos antropológicos sugieren, el baile puede remontarse bajo los vestigios de un muy lejano pasado donde culturas antiguas le emplearon con propósitos ceremoniales o como invocaciones de los beneficios ofrecidos por la madre naturaleza; una peculiar mezcla que transita entre lo ritual y lo sagrado para armonizar la vida material con el espíritu por el carácter magnánimo de los dioses antropomórficos.
El baile, además, puede ser practicado con fines de integración social, como medida de relajación o medio de comunicación incluso. En procesos de sanación, también puede ser utilizado procurando alejar los males de quienes han sido tocados por seres demoníacos o sufren la maldición de una enfermedad orgánica, de modo que las contaminaciones del cuerpo obedecen a la lógica fantasiosa de procurar la “mala suerte”.
Entonces, el baile puede ser reconocido como una de las expresiones más universales que la humanidad habitualmente ejerce. Puede discutirse si se hace bien o mal, pero es un hecho que la mayoría, si no es que todas las sociedades, suelen practicarlo en muy diversas circunstancias, momentos y espacios.
Con el paso de los años y el desencantantamiento del mundo practicamos la danza con otros fines. Dejó de asociarse a los rituales y ceremonias para purificar los cuerpos contaminados por conjuros o sus quebrantos por enfermedad, pero semejantes usos no desaparecieron del todo. Adquirió o se sumó a sus otras aplicaciones un sentido más lúdico asociado a la sexualidad, aunque no lo colma a plenitud. Se puede bailar simplemente por gusto para manifestar las condiciones de nuestros estados de ánimo no alejados de la euforia y, también, para demostrar vitalidad y control del cuerpo haciendo evidentes sus connotaciones sexuales.
De sus invocaciones ancestrales, ascéticas y placenteras, hoy en día el baile contribuye no solamente a estrechar los vínculos sociales, unir o separar a las personas sino, también, puede ser entendido como un momento de relajación y disfrute después de jornadas laborales extenuantes que exigen tanto desgaste físico, como emocional.
Hace no mucho tiempo la Demoledora, en su habitual y compacto estilo editorial me dijo: ¿Quieres ir a bailar? Le había confesado que en una situación higiénica no pude evitar un cierto movimiento de caderas y en semejante situación hizo su presencia en mi memoria. Mi respuesta fue tan lacónica como la suya: siempre, le dije. Afinamos los detalles y quedamos a cierta hora para vernos.
Como ella nunca desdeña ninguna oportunidad de corregir a los demás, lleva su apostolado pedagógico a todos los planos de la vida y contra todas las personas y, mientras bailábamos, volvió a la carga como en otras ocasiones y me interrogó de la siguiente forma: ¿Por qué mueves tanto el trasero? Ya comenzaste a lanzarme todo tu veneno. Pues ahí te voy chiquita, le dije.
Debo admitir que su cuestionamiento casi de manera inercial a su invocación me descolocó por un momento. No obstante, como entre nosotros no existe nada parecido a una tregua, salvo cuando tomamos distancia uno del otro por prudencia o disgustos, le propiné ciertos dardos verbales para hacerle notar que me encontraba en guardia. Me muevo así porque siento la música igual que tú. Y rematé con el mejor argumento para lastimar los egos muy femeninos: ¿Acaso te corroe la envidia por dentro?
Y ya que me había clavado la primera estocada, no pude contenerme ante semejante agravio. Como un toro de lidia embistiendo a su presa, volví a la carga con un comentario cargado de petulancia: para tu información, eso que tu desprecias me permitió ser la sensación en un país lejano.
Bien sabemos que exageramos para ponernos a prueba, pero particularmente para romper la formalidad y la sacralidad de los actos en que a menudo estamos envueltos. Después de nuestros despropósitos sobrevino la hilaridad como una descarga emocional que siempre nos permiten disfrutar esos momentos.
Ahora que la recuerdo mientras escucho al gran, Vangelis, veo su risueña y sofisticada figura entre telas multicolores desplazando entre ellas su ligera y breve humanidad. Quedamos exhaustos después de someter el cuerpo a energéticas y cadenciosas contorsiones. Perdimos la noción del tiempo, pero al final nos percatamos que habíamos invertido alrededor de 5 horas casi sin parar. El estado de comunión que el baile nos provoca no solamente es la fuerza que no podemos resistir y nos mantiene equidistantes: tan cerca o tan lejos de nuestros deseos encarnados y alimentados con esmero. |