El Latido Invisible
Por Rubén Darío GV
Hace unos días, mientras recorría bajo la lluvia las calles empedradas del centro de mi municipio, me asaltó una pregunta que lleva tiempo rondando mis reflexiones. ¿De qué manera nuestras emociones moldean el tejido de la sociedad? Aquel día gris se convirtió en escenario de dos estampas antitéticas. Por un lado, la compasión hecha carne, cuando un grupo de vecinos socorría a un accidentado con manos temblorosas y miradas solidarias; por otro, la ira colectiva, cuando otro puñado de transeúntes buscaba descargar su frustración golpeando al presunto causante de la desgracia.
¿Qué fuerza interna impulsa un acto de bondad y, a la vez, enciende la llama del resentimiento? La respuesta, creo, yace en ese reservorio íntimo de pulsiones que llamamos sentimientos. No somos autómatas cartesianos, cada gesto social nace primero en el corazón, antes de manifestarse en acciones compartidas.
Podemos identificar dos fenómenos que gobiernan esta danza emocional, el contagio, que es, ese mecanismo primario por el cual la sonrisa de uno se transfiere a otro como una corriente eléctrica. Es el fundamento de nuestra solidaridad. Basta una chispa de ternura para que florezcan colectas ciudadanas, voluntariados y pequeños actos de generosidad anónima que, en cuestión de horas, transforman el ánimo de barrios enteros. Y la polarización, que es su reverso oscuro. Cuando los discursos envenenan el miedo, el odio o el fanatismo, sus raíces se extienden con igual rapidez. Un titular alarmista o un mensaje cargado de desconfianza puede engendrar un “nosotros contra ellos” que fragmenta comunidades, redes sociales e, incluso, conciencias.
La gran salvación frente a estos embates emocionales es, a mi juicio, la inteligencia emocional, no como un concepto nebuloso, sino como la capacidad concreta de reconocer, nombrar y regular nuestras propias pasiones. Una sociedad que educa en la sensibilidad (en escuelas, hogares y espacios de trabajo) genera “anticuerpos” afectivos que inmunizan contra los extremismos y fortalecen el sentido de comunidad.
Pero las buenas intenciones se quedan en el aire si no aterrizamos la teoría en acciones tangibles. Por lo que podríamos iniciar con tres pasos prácticos para sembrar una cultura emocional constructiva:
Diálogo emocional semanal. En lugar de debates fríos y polarizados, reservar un espacio comunitario para expresar cómo nos sentimos respecto a los asuntos que nos inquietan. Verbalizar el miedo, la tristeza o la esperanza disuelve parte de su poder y crea puentes de comprensión mutua.
Talleres de empatía. Capacitar a líderes locales, docentes y facilitadores en dinámicas de escucha activa y role‑playing. Así, aprenderemos a ponernos en el lugar del otro y a resolver conflictos cotidianos desde la compasión, y no desde la confrontación.
Medios responsables. Periodistas y comunicadores deben calibrar el impacto emocional de sus mensajes. Un titular sensacionalista puede generar clics, pero también incendiar ánimos. La ética informativa exige equilibrar la búsqueda de audiencia con la responsabilidad social.
Desatender la dimensión afectiva de la realidad social es un error tanto estratégico como moral. Al ignorar nuestra propia vulnerabilidad, cedemos el terreno a discursos fanáticos que la explotan. En cambio, resignificar los sentimientos como cimientos de comunidad (y no como combustible de división) es la apuesta más firme para construir sociedades sólidas y resilientes.
Al final, el pulso de una colectividad late al ritmo de sus emociones. No se trata de negarlas ni de aplacar nuestra humanidad, sino de abrazarla con sabiduría para hacer del mundo un lugar más habitable. ¿Estamos dispuestos, como sociedad, a escuchar de verdad ese latido invisible que compartimos?
“Los sentimientos son la savia que nos humaniza; acogerlos y explorarlos nos eleva como seres, pues el reír y el llorar, la dicha y la melancolía, confieren a la existencia su plenitud y permiten saborear el misterio de la vida.”
Disfruten lo que queda de la semana, y si la vida nos lo permite, nos leemos la próxima semana. |