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Viernes 04 de julio de 2025
La trampa de los bandos

Actualizado: 2025-06-24

La trampa de los bandos


 


Por Ruben Dario GV


 


Las primeras luces de la mañana nos sorprenden con las mismas inquietudes, los asuntos privados que cargamos a cuestas y, al mismo tiempo, el sonido lejano de guerras e ideologías que se libran tanto en el frente internacional como en el espacio íntimo de nuestras comunidades. Sin embargo, reconocer que esta pugna colectiva no es un fenómeno nuevo sino la prolongación de cicatrices antiguas nos obliga a preguntarnos, ¿por qué seguimos erigiendo trincheras cuando el diálogo y la empatía podrían salvarnos mucho más que la victoria de un bando sobre otro?


 


La psicología social, a través de la teoría de la identidad social, nos enseña que necesitamos “pertenecer” para reforzar nuestra autoestima colectiva. Al identificarnos con un grupo, cuando este triunfa, se inflama nuestro orgullo y se mitiga el vacío existencial que todos algún día enfrentamos. No obstante, esta misma dinámica convierte al adversario en un mero estereotipo, “ellos” dejan de ser personas con sueños y temores, y se transforman en la personificación de lo ominoso. Hannah Arendt denominó a esto la “banalidad del mal”, la capacidad de cometer las atrocidades más graves sin percibir la humanidad de la víctima.


 


La neurociencia corrobora este postulado filosófico. Experimentos de resonancia magnética funcional han identificado las neuronas espejo como el sustrato de nuestra empatía, esas células que se activan tanto al ejecutar una acción como al observar a otro realizarla. Cuando consideramos al otro como “enemigo”, dicho circuito se bloquea; la misma red que nos conecta deja de disparar y con ello se extingue el reconocimiento del dolor ajeno. Un comentario hiriente en redes sociales o un discurso inflamatorio en la plaza pública se convierten, así, en justificación para la agresión.


 


La polarización no es solo un callejón sin salida moral, sino también un fracaso pragmático. El progreso social (en ciencia, arte o derechos humanos) nace de la confluencia de perspectivas heterogéneas. Cada gran avance se edifica sobre la tensión creativa que surge cuando se confrontan ideas diversas y se forja una síntesis superior. La verdad no se impone a golpe de fuerza; se robustece en el debate respetuoso y en el reconocimiento de la alteridad.


 


El ejemplo de Martin Luther King Jr. ilustra con claridad esta apuesta. Su resistencia no violenta no fue un gesto de debilidad, sino una afirmación radical de la dignidad humana. Obligó al opresor a mirarse en el espejo de la conciencia. Los estudios de ciencias sociales demuestran que la deslegitimación no violenta moviliza más simpatías que la represión, los muros caen sin necesidad de levantar más vallas.


 


En la coyuntura actual, la sociedad demanda de nosotros una valentía intelectual similar. Derribar los muros de la polarización no equivale a rendirse ante las opiniones contrarias, sino a asumir que, más allá de nuestras divergencias, compartimos un suelo común de emociones y vivencias. Se trata de reactivar esas neuronas espejo que la hostilidad apaga y permitirles brillar de nuevo, reconociendo al otro no como un obstáculo, sino como un aliado potencial en la construcción de un proyecto colectivo.


 


Hoy me pregunto, ¿aceptaremos vivir en trincheras enfrentadas o abriremos una mesa común para recomponer el tejido social? Cambiar la lógica del “bando” por la de la empatía activa será un paso decisivo hacia una convivencia donde la discrepancia sea semilla de enriquecimiento y no pólvora de violencia.


 


“Nunca alzaré la mano contra tus diferencias, pues no busco demostrar poder ni superioridad; prefiero que mis actos hablen y si algo de ellos te inspira, tráelo a tu propio camino; si no, sigue adelante: el mundo es lo bastante vasto para todos.”


 


Disfruten de la semana, y si la vida nos lo permite, nos leemos la próxima.

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